En nuestro penúltimo día por tierras leonesas, las previsiones meteorológicas, daban lluvia.
Consensuamos y decidimos no madrugar mucho, y aprovechar para visitar la presa de Riaño y algunos de los pueblecitos cercanos.
Llegamos hasta el pueblecito Lois. Tras hacer un pequeño recorrido por sus calles y por su historia, y después de tomar un apetecible café calentito, abandonamos el lugar hacia nuestro alojamiento para comer allí tranquilamente y preparar la salida de la tarde.
En el regreso, en una de las praderitas junto a la carretera, descubrimos un bulto oscuro en el verde paisaje. !!Ostras¡¡, es un gato montés. Después de meternos en una pequeña pista y aparcar, nos acercamos sigilosamente y agachados hacia la zona donde le habíamos visto. Vaya, parecía que se había ido. Al incorporarnos, descubrimos que se encuentra muy cerquita de nosotros, de espaldas y totalmente concentrado en la caza. Unos breves instantes después, captura un topillo y se aleja al trote hacia la zona arbustiva, donde las urracas no dejan de chivar su presencia. Breve observación, pero muy intensa. Por Madrid no son fáciles de ver, así que lo disfrutamos con gran emoción.
Por la tarde, después de comer, nos dirigimos guiados por un amigo de David, a un hayedo cercano donde el día anterior se había visto un oso en la carretera. De nuevo y bajo la lluvia, descubrimos otro gato montés en otra pradera junto a la carretera. En esta ocasión, cuando nos acercamos ya no está. Nos comenta el compi, que por aquí son fáciles de ver.
Emprendemos recorrido por un hayedo bien conservado. La llovizna, en algún momento intensa, nos acompaña. Por el bosque, aparecen algunos robles diseminados, muchos de ellos marcados para ser cortados, lo que nos da pié a conversar sobre la gestión de algunos bosques en la zona.
Nos movemos por zona osera y lobera. No tarda en aparecer un rastro en el camino en forma de excremento de lobo. Como en todo este viaje, la sensación de sentirnos observados por estos animales no desaparece de nuestra cabeza. Y el encontrar estos rastros nos hace sentir muy buenas emociones.
Como en las anteriores ocasiones, el final de la jornada nos deja con las ganas de poder avistar alguno de estos increibles animales, lo que por otra parte, nos anima a seguir saliendo al campo en su búsqueda.
Como nuestra estancia por estas tierras se acaba, decidimos aprovechar nuestro regreso hacia Madrid, para, pegándonos un buen madrugón, hacer una espera al lobo en una zona limítrofe con Palencia.
Con noche cerrada y lluvia, realizamos esa espera. A medida que nos va abandonando la noche, nuestros torpes ojos van vislumbrando las siluetas de algunas vacas y caballos. Buscamos en la lejanía con nuestros prismáticos y telescopios, sin resultado positivo. Ya con bastante luz, decidimos regresar hacia el coche, no sin antes, visitar un chozo de pastores.
Desde épocas ancestrales, los pastores han buscado la manera de pasar
largas temporadas con sus rebaños en las zonas de pasto, construyéndose
refugios utilizando únicamente los materiales que abundaban en la zona.
Desde las zonas Valencianas, a los pastores extremeños, los habitantes
astures o los pobladores de los ancares….en la cordillera cantábrica
hasta la mejora reciente de los accesos a los puertos y majadas, era
frecuente que los pastores, pernoctaran con sus rebaños en el monte,
para lo cual se construían chozos, a modo de refugios para las personas y
corrales para los animales. Tanto unos como otros estaban hechos a base
de materiales abundantes en el entorno, de forma que los corrales
solían ser recintos circulares de piedra o de estacas y ramas, en los
que se recogía el ganado y se curaba o atendía a las reses. En cuanto a
los chozos, en la
montaña oriental leonesa eran habituales dos modelos: el chozo de horma y el chozo de pie.
El
primero consistía en una base circular de piedras colocadas sin
mortero, sobre la que se levantaba un armazón cónico de “llatas”, o
palos de haya o roble que se recubría con una gruesa capa de escobas. El
chozo de pie, en cambio era una simple tienda cónica de ramas,
igualmente cubierta de materia vegetal. Ambos disponían en el exterior
de un “arrudo”, una larga rama que servía para encaramarse a la
techumbre, colgar utensilios o atar el ganado pequeño que iba a ser
desollado. Su interior era espacioso y ofrecía sitio suficiente para
varios camastros de madera y para guardar piensos, ropas, alimentos y
pertenencias del pastor.
Además
la techumbre vegetal proporcionaba buen aislamiento frente al viento o
la lluvia y guardaba bien el calor. Sin embargo resultaban muy
vulnerables al fuego y a los temporales del invierno, por lo que tenían
que ser reparados o incluso reconstruidos cada temporada.
Toda la información sobre el chozo, ha sido extraida de la siguiente página:
http://pobladocantabrodeargueso.blogspot.com.es/2011/05/el-chozo-refugio-tradicional-de.html
Y con este buen broche etnográfico, abandonamos las tierras leonesas, con la firme promesa de volver a disfrutar de sus bosques, su fauna y sus paisajes.