Al contrario que en otras ocasiones en que la reacción hubiera sido salir a toda prisa en dirección contraria, se paró y analizó lo que estaba viendo, sorprendido de no haberme descubierto antes y quizás pensando en que no parecía peligroso ese humano con cámara de fotos en ristre.
Lentamente dió la vuelta y se alejó ligeramente, sin prisa, y se paró de nuevo para rascarse con su pata el cuello, posando con esa carita de relativo placer.
De nuevo se levantó, otro vistazo penetrante al individuo de la cámara, y con total tranquilidad se perdió entre la espesura de las zarzas.
Siempre nos es grato encontrarnos con el audaz maese raposo, como lo definiera nuestro gran naturalista y amado Félix Rodriguez de la Fuente, pero para disfrutar de estos momentos, ya sabéis, salir mucho al campito en silencio, con respeto y observando con gran atención y el resto, ya lo hará la madre naturaleza.