martes, 1 de noviembre de 2016

Riaño 1

Del 13 al 16 del pasado mes de octubre, estuvimos en Riaño y alrededores. Un viaje que se gestó con amigos del trabajo y gracias a David, compañero y autóctono de Riaño. Un viaje muy ansiado y postpuesto en alguna ocasión por diferentes motivos, que al fín se hacía realidad. Buscábamos disfrutar de paisajes y bosques atlánticos en tierra de lobos y osos. Nuestra primera parada fue en uno de los montes de la cuenca minera leonesa, antaño explotado y ahora abandonado por la reconversión de la explotación del carbon como materia no renovable y contaminante. Inspeccionamos alguna de las entradas a las minas en busca de posibles colonias de murciélagos, con resultado negativo.


Después nos adentramos en un bosque de roble albar (Quercus petraea), lugar donde teníamos constancia de que en alguna ocasión, el oso había campeado.



Un pequeño reconocimiento de la zona, nos hizo disfrutar de un bosque bien conservado. Un verdadero placer poder andar entre árboles centenarios. Pero era momento de emprender viaje para llegar a la casa de Riaño, dejar las cosas, comer y emprender de nuevo viaje hacia otra zona.
El cielo cubierto amenazaba lluvia, y no tardó en llegar. Bien abrigados y con nuestros impermeables, subimos a una zona en busca de la berrea de algún ciervo. David nos contó que hacía un par de años, una gran nevada, de varios metros de altura, había dejado mermada la población de este bonito ungulado.


La tarde se puso realmente desapacible, pero como teníamos muchas ganas de disfrutar del viaje, seguimos ascendiendo los montes en busca de un buen mirador donde poder buscar la diferente fauna del lugar. No es fácil encontrar a los grandes vertebrados de la zona, pero encontrar algún rastro de su presencia siempre es algo gratificante. Cerca del mirador, encontramos un excremento antiguo de lobo. En esta ocasión, el cánido se había alimentado de jabalí. Los pelos eran claramente reconocibles.


Estuvimos un buen rato observando los alrededores, pero no logramos observar ningún animal. Eso sí, el paisaje ya hacía que hubiera merecido la pena subir hasta aquí.


Al atardecer descendimos hacia el coche y nos dirigimos hacia casa, ya que al día siguiente ibamos a tener un día duro en cuanto al recorrido que nos tenía programado nuestro improvisado guía.

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