La mañana avanzaba, igual que nuestro camino por mitad del bosque, en un continuo y leve ascender.
Desde alguno de los claros, las vistas de la montaña y el valle en el que se construyó el controvertido embalse de Riaño, eran espectaculares, adornados por los fructíferos serbales de cazadores que salpicaban el paisaje.
Al ganar altura, la vegetación arbórea se hacía más relicta y menos abundante. A estas horas del mediodía, ya comenzaba a calentar el sol.
Por el sendero por el que transitábamos, descubrimos un enorme excremento. Sin duda se trataba de un excremento de oso. Saber que justo por donde estábamos caminando, dias o semanas antes, había pasado un oso, nos llenó de una enorme alegría y emoción.
Pero las emociones no se quedaron ahí. Un poco más adelante y después de un ligero descenso, junto a un arroyo, descubrimos una huella. En este caso se trataba del otro gran carnívoro de la montaña, nuestro querido lobo ibérico (Canis Lupus signatus).
Para rematar, más adelante encontramos unas señales en las cortezas de unos árboles. Aunque no tenemos una certeza cien por cien, se nos ponen los pelos como escarpias, sólo de pensar en la posibilidad de que la marca la realizara un oso con sus zarpas.
Después de una tranquila comida en una pradera de alta montaña, donde disfrutamos del vuelo de buitres leonados, cuervos, un águila real y varios gavilanes, llegó el momento de descender por la pista y dirigirnos a casa para descansar y preparar nuestra salida para el día siguiente.
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