Me estoy refiriendo a las aves limícolas. Es precisamente por esas largas migraciones, por sus peculiares adaptaciones en la estructura y forma del pico para las distintas técnicas de alimentación y por sus variables plumajes, por lo que resultan tan interesantes.
Correlimos comunes (Calidris alpina), C. Menudos (Calidris minuta), C. Zarapitín (Calidris ferruginea), Andarríos bastardo (Tringa glareola) y Chorlitejo grande (Charadrius hiaticula) son algunas de esas especies que se dejan ver en números más o menos escasos, pero que nunca faltan en estas fechas.
De vez en cuando, aparece alguna rareza, como ocurrió en septiembre de 2007 en la cola del embalse de Pedrezuela, en Guadalix de la sierra.
Se trata de la primera cita para Madrid de Falaropo picofino (Phalaropus lobatus), un juvenil que eligió este pueblo serrano para pasar un par de semanas antes de seguir su migración.
Su nacimiento se debió producir en Islandia, Escandinavia, Finlandia o Rusia y, en su migración, debiera haber viajado hacia el sureste, casi sin pasar por Europa para invernar en el Mar Rojo, donde llevaría una vida pelágica (alejada de la costa), pero por circunstancias desconocidas recaló aquí.
Ahora, en 2008, conmemoramos el primer aniversario de su aparición.
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